¿Cebiche o ceviche?

3 Oct

La forma de escribir esta palabra siempre ha representado una inquietud, considerando además que hay tantas variantes circulando por ahí como recetas hay para preparar este platillo. Ni siquiera se ha podido dilucidar el origen de la palabra, aunque se cree que viene del árabe. Para la Real Academia Española, la forma correcta es cebiche, pero también ceviche, mientras que considera válidas las formas seviche y sebiche. En ese orden. Es una de las palabras con más variantes ortográficas del idioma español. La palabra cebiche llegó al Diccionario de la lengua española en 1925.

Lobo solitario

3 Oct

Stephen Paddock, el hombre que disparó a una multitud en un concierto en Las Vegas desde el Mandalay Bay Resort and Casino, fue calificado por la policía como un «lobo solitario». La expresión original en inglés es lone wolf, y no es casualidad, ni mucho menos poesía, que se haga tal asociación, puesto que tiene una definición muy precisa y acorde al caso, como lo establece el Oxford Dictionary: «un terrorista u otro criminal que actúa solo, en lugar de ser parte de una organización más grande». Según el Collins Dictionary, la expresión se registra desde principios del siglo XX.

Qué haremos pues con eso de la calor

8 Nov

Por Zazil-Ha Troncoso

Escribo el título de este artículo en Word, y al darle enter, sin consultarme, automáticamente me cambia la calor por el calor (ups, ahora lo hizo de nuevo), desplazando así ese primer párrafo que por tantos días mastiqué con el fin de abordar este acalorado tema.

Voy a ver las opciones de autocorrección que tiene el programa y me encuentro con aberraciones por el estilo que por fortuna no está dispuesto a dejar pasar: la filólogo, las avestruces y la aprendiz, así como la extensa familia de la hacha, la agua, la águila, la hambre, la álgebra y demás.

En esos casos, bien que el Word haga su labor para sustituirlas, como corresponde, por la filóloga, los avestruces y la aprendiza, al igual que el agua, el águila, el hambre y el álgebra, cuya explicación de por qué siendo femeninas llevan un artículo masculino podrás encontrar aquí.

Sin embargo, en el caso de la calor, es necesario poner una objeción, o cuando menos matizar un poco sobre esta construcción, puesto que su uso en muchos casos no es lo que parece.

Sí, por supuesto, el uso de la calor está asociado con el habla inculta, y en ese sentido, aventuro a pensar que pudo haber sido por influencia de la calura, que es lo mismo que calor, y que se usaba antiguamente.

La prueba de su influencia en el idioma es que usamos muchísimo más la palabra caluroso, derivada de calura, que el caloroso proveniente de calor. De hecho, por imitación de caluroso usamos más la palabra riguroso que la verdaderamente generada a partir de rigor, que sería rigoroso.

Calor lo heredamos tal cual del latín y desde aquellos tiempos es masculino. Así lo establece también el Diccionario de la Real Academia Española, pero al mismo tiempo indica que es “usado también como femenino”.

La aclaración no es para nada nueva, pues desde la edición de 1729 ya refería que “algunos la hacen femenina, diciendo la calor”. Eso significa que desde hace casi tres siglos que se documenta el uso de la palabra acompañada del artículo femenino.

Sin embargo, en el Diccionario Panhispánico de Dudas, la Real Academia dice que su uso era normal en el español medieval y clásico, pero hoy se considera vulgar. 

Pero en contraste, el Diccionario del Español Actual establece que el uso de la calor es popular, que no es lo mismo que vulgar, y muy importante, regional, lo que significa el reconocimiento de que en algunas partes es una palabra femenina.

Abordando el tema en Twitter, surgieron comentarios que ilustran esta perspectiva regional, como los de @el_masse_xy, @NBengoetxea, @juliana_icm y @MJGarciaFolgado (haz clic en los nombres para ver el tuit respectivo). También expresaron otros matices @maiteximenez y @charlymils, y abonó mucho al debate la atinada opinión de @ComaConComilla, la cual comparto, y de algún modo, también la Academia.

Y es que a pesar de su postura de que el uso de la calor debe evitarse, en la Nueva gramática de la lengua española habla sobre este asunto en el apartado correspondiente a los sustantivos ambiguos en cuanto al género, que en buen español, son aquellos que poseen los dos géneros, como el/la azúcar y el/la maratón. Es decir, que cualquiera de las dos variantes es correcta.

Respecto a calor, esta maravillosa y muy trabajada obra dice que «es masculino mayoritariamente, pero en algunas regiones también se emplea la forma femenina, que no pertenece al español estándar». También habla sobre el caso de el/la mar, en el que la ambigüedad también tiene que ver con motivos geográficos.

El punto es que con esta mención, la Academia reconoce la ambigüedad en cuanto al género de la palabra calor, y sin embargo, no le da ese reconocimiento en la próxima edición del Diccionario, que se supone incluirá los cambios establecidos por la nueva gramática y la ortografía, como lo ha hecho de toda la vida con mar, que tiene la misma restricción geográfica que calor.

Más aún, en contrasentido, al actualizar en el próximo Diccionario la definición de nombre ambiguo, deja como único ejemplo el de el/la mar, y elimina el que mantuvo en sus ediciones de 1970 a la actual de el/la calor.

En pocas palabras, por una parte la Academia lleva casi tres siglos reconociendo que se usa también como femenino y por cuatro décadas lo usó como ejemplo de palabra ambigua, pero en la definición de calor nunca ha admitido que tiene ese carácter, y por otra, lo reconoce como ambiguo en la nueva gramática, pero en el Diccionario lo quita como ejemplo de sustantivo ambiguo.

La gran ironía es que, tratándose de esta palabra, la Real Academia ha sido muy ambigua. Así las cosas, ¿qué haremos pues con eso de la calor?

Fuentes: 1, 2, 3, 5, 7, 8, 14, 15, 22, 23.

¿Americanos o estadounidenses?

3 Oct

Por Zazil-Ha Troncoso

Cada vez que un estadounidense suelta sin tapujos su «I’m american» o se refiere a su país como «America«, los latinoamericanos no podemos evitar sentir como que algo se nos retuerce por dentro, ¿a poco no?

Nos molestamos y de inmediato nos viene a la mente la idea, palabras más, palabras menos, de que claro, los gringos creen que son los dueños del continente y se autoadjudican el gentilicio, como si de México para abajo no existiéramos.

Inspirada en este tuit, con el que de inmediato me sentí identificada, me propuse indagar por qué los estadounidenses se autoproclaman americanos, aunque debo reconocer que el resultado me cambió la perspectiva.

La triste conclusión es que, sí, no hay ningún pecado mortal en que los estadounidenses se refieran a sí mismos como americanos, por la simple y sencilla razón de que, nos guste o no, su país se llama igual que nuestro continente.

Pongamos un ejemplo: a semejanza de Estados Unidos de América, el nombre oficial de México es Estados Unidos Mexicanos, y sin embargo, nadie proclama que los mexicanos se hagan llamar estadounidenses.

En ambos casos, el elemento Estados Unidos se refiere a su forma de gobierno, como sucede también, otro ejemplo, con la República Bolivariana de Venezuela, a cuyos habitantes nunca les hemos reclamado que se hagan llamar republicanos.

Además, no es que cada estadounidense represente la encarnación viva del espíritu del Tío Sam cuando se refiere a sí mismo como american, sino que ellos no tienen en su idioma otro gentilicio que los defina, más que ese.

Claro que en sus diccionarios también definen american como lo relativo al continente, pero no en su primera acepción, la cual se refiere invariablemente al ciudadano de Estados Unidos de América.

Sucede a la inversa en los diccionarios de español, donde americano es, en primera instancia, el que es de América, el continente, y ya después se encuentra el significado de estadounidense, acepción que no se puede excluir ante la realidad de que muchos hispanohablantes también les dicen americanos.

Cuando mucho, en los diccionarios de inglés se establecen como sinónimos de estadounidense las palabras yankee -castellanizada con un matiz despectivo como yanqui– o yank.

Y considerado como adjetivo, es decir, lo relativo a Estados Unidos o que tiene calidad de estadounidense, se pueden usar, además de las dos mencionadas, stateside, o bien, las siglas US, de United States, antepuestas a la palabra.

Pero eso sí, que quede claro: en español, el gentilicio correcto es estadounidense, y también se considera válido estadunidense. Inadmisibles son americano y norteamericano, aunque claro, hay expresiones muy asentadas en el uso como es el caso de sueño americano y de futbol americano. Ahí no hay nada que hacer.

Ahora vamos ahora al meollo del asunto: ¿por qué, pues, Estados Unidos adoptó el mismo nombre que nuestro continente?

Empecemos por el nombre de América, que ya sabemos que viene de Américo Vespucio debido a que fue él quien descubrió no el territorio, mérito que corresponde a Cristobal Colón, sino el hecho de que se trataba de un continente.

Y aunque él se llamaba Américo, terminaron poniéndole América para que quedara a tono con los nombres de los otros continentes, todos feminizados: Europa, África, Asia, Oceanía, y hasta Antártida para quienes también la consideran.

Aclarado el punto, recordemos que parte del actual territorio del país en cuestión se conocía como las Trece Colonias británicas, que pertenecieron al Reino Unido hasta finales del siglo XVIII, cuando se independizaron.

En la Declaración de Independencia se estableció por primera vez la denominación de Estados Unidos de América: Estados Unidos, por la forma de gobierno, y América, como referencia geográfica, en un contexto en el que no se hablaba de países, inexistentes como tales, sino del continente.

Por supuesto que cuando los estadounidenses lograron su independencia, ocupados en lo suyo, ni siquiera tenían idea de que el resto de las colonias de América (¿se aprecia con qué naturalidad surge aquí América también como referencia?) iban a seguir sus pasos respecto a reinos como los de España, Portugal y Francia.

Medio siglo después vendría la Doctrina Monroe, sintetizada en la frase «América para los americanos», acompañada de sus múltiples interpretaciones, así como el imperialismo y la política intervencionista en el continente americano.

Pero esa, estimados lectores, es otra historia que, no se confundan, nada tiene que ver con el origen de la toponimia de Estados Unidos de América.

Independencia

14 Sep

Por Zazil-Ha Troncoso

La Independencia es una de las fechas más conmemoradas en América y la palabra tiene un origen sumamente figurativo, como lo expresa el verbo que constituye el núcleo del vocablo: pender, que viene del latín pendere, que significa colgar, pesar.

De esa idea se originaron palabras como péndulo, que está colgado; suspenso, que está en el aire, es dudoso; a expensas, que representa un peso para otro, o como decimos, a sus costillas.

También tenemos pensión, es decir, un peso, una carga, para un Estado o empresa, y apéndice, que cuelga, como sucede con esa inútil prolongación que tenemos al final del intestino grueso.

De pender y la idea de pesar viene también pensar, puesto que cuando uno piensa, le da peso a las cosas, a las situaciones, a las personas, para obtener una idea, una propuesta, una reflexión, una postura.

La estrecha relación entre pender, pesar y pensar se aprecia en palabras como sopesar y ponderar, que significan dar valor a algo, determinar su peso, lo cual hacemos mediante el acto de pensar.

Tenemos, pues, bastante entendido lo que es pender, al que ahora antepondremos la partícula de para obtener la palabra depender, que significa estar bajo la influencia o autoridad de algo o de alguien.

En este caso, la partícula de tiene la finalidad de reforzar el sentido de la palabra, como pasa también en otras como demostrar, devoto y denominar.

En resumen, si pender significa, en el contexto de lo que era nuestra relación con España, estar subordinados a ella, colgados de ella, entonces depender implica que ese vínculo es muy fuerte. Bueno, tanto, que para deshacerlo se necesitó una guerra.

Ahora agreguémosle a la palabra depender la terminación ncia, que se usa para dar la idea de un estado permanente, una calidad duradera, como se aprecia en fragancia, ignorancia, constancia, penitencia, y nuestra palabra obtenida, dependencia.

Falta agregarle una partícula más, in, que significa negación. Dicho de otro modo, cuando los países de América colonizados por España decidieron ya no estar subordinados a otro gobierno. Claro que esto puede ser muy relativo, pero esa esa es harina de otro costal.

Lo que sí llegó para quedarse fue nuestro maravilloso idioma español, ¿a poco no?

Fuentes: 1, 10, 18, 22.

 

¿De dónde vienen las ¡exclamaciones! y las interrogaciones?

3 Sep

Por Zazil-Ha Troncoso

¿Te gustan los signos de interrogación y exclamación? A mí me encantan. Es más, ¡los amo! Claro que de pronto se nos ponen dificultosos, especialmente al combinarlos con otros signos.

Relata la nueva Ortografía de la lengua española que el signo de interrogación nos lo dejaron los carolingios y solo se usaba el de cierre tanto para las frases interrogativas como para las exclamativas.

En el Tesoro de la lengua española, de 1611, no aparecía como interrogación, sino como interrogante, y su descripción se limitaba a “la señal que se pone en la escritura para que se entienda la cláusula interrogativa”.

Más tarde, en el primer Diccionario de la Real Academia Española, de 1734, dice que se pone la interrogación “al fin de la razón, no al principio”, y que el signo se forma “con una s vuelta al revés y un punto debajo en esta forma ?”.

Es hasta la edición del Diccionario de 1884 cuando se establece que es “un signo ortográfico (¿ ?) que se pone al principio y fin de la palabra o cláusula en que se hace pregunta”.

El signo de exclamación lo desarrollaron los humanistas italianos en el siglo XIV. Dicho sea de paso, ellos también son los creadores de los paréntesis y de ese signo tan difícil de entender: el punto y coma.

La exclamación llegó a los tratados de ortografía del idioma español tres siglos después, en el XVII, pero persistía la costumbre de usar la interrogación también para las frases exclamativas, así que todavía tardó un tiempo en arraigarse.

A donde sí se tardó en llegar su reconocimiento como signo fue al Diccionario de la Real Academia. Y cuando digo que se tardó, es en serio: hasta la edición 23, que saldrá en 2014, se incluye que es un signo ortográfico.

Porque, claro, exclamación ya existía desde el primer Diccionario, pero solo como “el acto de clamar y levantar la voz, prorrumpiendo en palabras y expresiones de sentimiento, pena y aflicción, u de otros afectos, dando voces para incitar y mover los ánimos”.

Claro que hay una explicación para ello, pues al signo de exclamación también se le llamaba de admiración, entendida esta palabra en 1611 como «pasmarse, y espantarse de algún efecto que ve extraordinario, cuya causa ignora».

Es para el Diccionario de 1726 cuando se hace la primera referencia ortográfica para la palabra admiración: «se llama una nota, que en el periodo significa el efecto de la admiración, y se escribe con una i vuelta al revés: como Oh cuán bueno es Dios!».

Y para la siguiente edición, la de 1770, además de precisar mejor la forma del signo, al que todavía llama nota, consigna que «de algún tiempo a esta parte se acostumbra poner inversa así (¡) antes de la voz en que comienza este sentido y tono, cuando los periodos son largos».

El reconocimiento como signo doble llegó al Diccionario en 1884, para perderlo en la citada próxima edición 23, donde se oficializa que admiración deja de ser un signo ortográfico y remite a la palabra exclamación, que ya adquiere ese nuevo significado.

¿Mucho rollo? ¡Vamos al grano! Aquí les dejo todo (creo) lo que necesitan saber sobre los signos de interrogación y exclamación. Y si no, ¡pregunten!

  • A diferencia del pasado, o de otros idiomas como el inglés, los signos de interrogación y exclamación son dobles, así que se deben abrir y cerrar: ¿Entendieron? ¡Qué bueno!
  • Solo se usa un signo de cierre de interrogación o exclamación entre paréntesis cuando se quiera dar un sentido irónico, o por el estilo: Le gustan las papas con miel (?) y las palomitas. Las come por kilos y dice que se queda con hambre (!).
  • Para darle mayor fuerza a una exclamación o interrogación, se puede usar doble o triple signo, pero no más: ¿¿¿Qué te pasó???
  • Cuando una expresión es interrogativa y al mismo tiempo exclamativa, se pueden combinar los signos, siempre que se abra y se cierre con el mismo: ¡¿Qué te pasó?!
  • También se puede abrir con un signo y cerrar con otro: ¿Qué te pasó!
  • Los signos de exclamación e interrogación pueden ir junto a cualquier signo, menos el punto, puesto que lo trae incluido el signo de cierre: ¡No vino «naiden»! Ni su hermano, ¿puedes creerlo?
  • Solo si los paréntesis o las comillas encierran una frase con signos de interrogación o exclamación, debe ponerse punto: Se quedó sin trabajo (¡auch!). Dijo, tal cual, que “la casa estaba… ¡perdida!”.
  • El enunciado que sigue a una interrogación o exclamación va con mayúscula inicial: ¿Lo viste? Pasó muy rápido.
  • Las preguntas y exclamaciones van con mayúscula inicial si se formulan como independientes: ¡No! ¡Es horrible! ¡Espantoso!
  • Van con minúscula inicial las preguntas y exclamaciones separadas por otros signos: ¡No!, ¡es horrible!, ¿no crees?
  • Cuando una interrogación o exclamación va seguida por puntos suspensivos, se deben escribir los tres puntos, como siempre: Bueno, ¿y?…
  • Conjunciones como y, pero y o suelen ir después del signo de interrogación o exclamación: ¿Vas a ir? ¡Pero tienes que arreglarte ya! ¿O tienes flojera?

Fuentes: 1, 4, 5, 21.

 

Órale con la palabrita

3 Sep

Por Zazil-Ha Troncoso

Los mexicanos tenemos un lenguaje coloquial muy extenso y entre esas palabras que nos hemos inventado tenemos el multifacético órale, que igual usamos para decir sí que para demostrar asombro o fingir que nos interesa algo cuando es al contrario.

¿Vamos al cine? ¡Órale! Tengo seis dedos en un pie. ¡Órale! Fíjate que fulanito me dijo que menganito tenía una tía que contaba que le dolía la pierna cada que llegaba la hija de la vecina con su perro bla-bla-bla… Ah, órale.

Para entender el origen de tan mexicanísima palabra, debemos entender unas cuantas cosillas, y lo primero que necesitamos saber es qué son las partículas enclíticas. (¿Qué dijo?)

Vámonos directo a los ejemplos y pongan atención a las negritas. Supongamos que yo tengo un punto de vista sobre un proyecto que encargué y quiero que se tome en cuenta, así que le digo a los encargados: tómese en cuenta.

Como ven, el se al final de la palabra tómese es el mismo se de la expresión se tome.

Y ya que así lo hicieron, los encargados escribieron su opinión al respecto en un documento, el cual quiero que me lo den para conocerlo, entonces les digo: dénmelo. Y es que dícese que se dice que sus opiniones son muy importantes.

Tanto se como me y lo, llamados pronombres, dejan de ser palabras para convertirse en partículas enclíticas en el momento en que las mandamos al final de un verbo y hacemos que se integren en el mismo vocablo.

Ahora vamos con el pronombre que nos atañe: el le. Ya sea separado de la palabra, o como partícula enclítica, siempre nos hablará de un sujeto, sea persona, animal o cosa.

Si decimos “le compré una muñeca”, el le se refiere a alguien. En la frase “dile sus verdades”, el le de dile también habla de una persona, aunque no se mencione directamente en la frase, o incluso si se menciona: “dile sus verdades a Luis”.

Sin embargo, los mexicanos le damos un uso peculiar al le como pronombre enclítico. Nos despedimos de alguien y le decimos “ándale pues”, sin que el le de ándale se refiera, por ejemplo, a una calle, que sería el sujeto.

Si alguien nos está molestando, amenazamos con un “síguele, ¿eh?”, sin que el le se refiera a algo o a alguien. Llega una visita y de inmediato soltamos un “pásale”, nuevamente sin sujeto. De pronto se hizo tarde: mejor “ya cáele”. Es demasiado tarde: “vuélale para que encuentres un taxi”.

Y no solamente lo usamos con los verbos, sino con otro tipo de palabras: újule, épale, híjole, école, y por supuesto, el órale, que no es otra cosa que la palabra ora, la cual es exactamente lo mismo que ahora, pero con las dos primeras letras comidas –a eso se le llama aféresis-, y el le que tanto nos gusta.

En principio, órale surgió como un exhorto: “Ve a comprar la leche, ¡órale!” Es decir, “ahora”. Y aunque sigue teniendo ese uso, terminó convirtiéndose en una palabra con múltiples significados, como los ya mencionados.

Tan multifacético es que también puede usarse para expresar mal gusto: órale con su falda rosa y su blusa morada; para criticar: ¡órale con su vocabulario!; dimensionar: órale con la tamaña hamburguesa que se va a comer.

O que si alguien se te va a los almohadazos: ¡Órale, órale! O que te cuentan un chisme que te deja impresionado, dices: órale. O que de pronto alguien te está ignorando y tú le reprochas: órale, ¿eh?, que conste…

Para nosotros es muy natural, y también en Centroamérica, y su uso es más que aceptado, pero la realidad es que se trata de una irregularidad en el idioma español, tanto que al le usado de esa forma se le llama pronombre dativo expresivo, espurio o superfluo.

Eso significa que el le no cumple ninguna función gramatical, como corresponde a los pronombres enclíticos.

Fuentes: 1, 3, 24, 25.

 

Manías

28 Jul

El elemento manía, escrito al final de una palabra, significa inclinación excesiva, impulso obsesivo, hábito patológico o afición apasionada. Puede tener un grado enfermizo, o en algunos casos, ser simplemente un gusto un tanto extravagante.

La palabra manía viene del griego mania, que significa furor o locura. De ahí que maniaco (o maníaco, al gusto) sea el que tiene una manía o está loco.

Otra palabra emparentada con manía es manicomio,  que viene de manía y el también griego komein, que significa cuidar. Es decir, donde se cuida a los locos.

Eso sí, no debe confundirse la terminación manía con la terminación filia, que viene del griego filia, amistad, y significa afición o simpatía.

En el Diccionario encontramos varias clases de manías, pero no significa que no haya otras. Aquí te las comparto:

  • Dromomanía es la inclinación excesiva u obsesión patológica por trasladarse de un lugar a otro. Del griego dromos: carrera.
  • Teomanía es la manía que consiste en creerse Dios. Del griego teos: dios.
  • Dipsomanía es lo mismo que alcoholismo: abuso en el consumo de bebidas alcohólicas. Del griego dipsa: sed.
  • Erotomanía es la enajenación mental causada por el amor y caracterizada por un delirio erótico. Del griego eros: amor.
  • Empleomanía es el afán con que se codicia un empleo público remunerado.
  • Megalomanía es el delirio de grandeza. Del griego megas: grande.
  • Cleptomanía es la tendencia obsesiva a hurtar, que significa apropiarse de lo ajeno sin intimidación ni violencia. Del griego kleptein: robar.
  • Lipemanía es lo mismo que melancolía en su sentido médico: monomanía en que dominan las afecciones morales tristes. Del griego lipe: tristeza.
  • Monomanía es la obsesión por una idea determinada. Del griego mono: uno, único.
  • Grafomanía es la manía de escribir libros, artículos y demás. Del griego graphein: escribir.
  • Cocainomanía es la adicción a la cocaína.
  • Demoniomanía, de preferencia demonomanía, es la manía que padece quien se cree poseído por el demonio. Del griego daimonion: divinidad inferior.
  • Tramitomanía es el empleo exagerado de trámites. Del latín trames: camino.
  • Ninfomanía, llamado en medicina «furor uterino», es el deseo violento e insaciable en la mujer de entregarse a la cópula. Del griego nymphe: recién casada.
  • Musicomanía, o de preferencia, melomanía, es la afición apasionada por la música. Del griego melos: canto con acompañamiento de música
  • Toxicomanía es el hábito enfermizo de intoxicarse con sustancias que procuran sensaciones agradables o quitan el dolor. Del griego toxicon: veneno.
  • Mitomanía es la tendencia enfermiza a desfigurar la realidad, engrandeciéndola, o tendencia a mitificar personas o cosas. Del griego mythos: fábula, leyenda.
  • Bibliomanía es la pasión de tener muchos libros raros o sobre un ramo en especial, más por manía que por instruirse. Del griego biblion: libro.
  • Hipomanía es la afición desmedida a los caballos. Del griego ippos: caballo.
  • Piromanía es la tendencia enfermiza a provocar incendios. Del griego piro: fuego.
  • Anglomanía es la propensión a imitar las costumbres inglesas o a emplear anglicismos. Del latín anglo: inglés.
  • Nosomanía es la creencia no justificada de que se padece una enfermedad. Del griego noso: enfermedad.

En cualquier caso, para referise a la persona que tiene alguna (o algunas, nunca se sabe) de estas manías, usamos la terminación mano: mitómano, pirómano, melómano…

Fuentes: 1, 6, 11, 17, 18, 20

Palabras desde el Olimpo

18 Jul

Por Zazil-Ha Troncoso

Todos andamos muy felices y emocionados por las Olimpiadas, y así como veremos muchos clavados, nosotros haremos lo propio para conocer de dónde viene esa palabra y qué relación puede tener con algo tan distante como una pantera o la altanería.

Viajemos en el tiempo, siglos antes de Cristo, hasta el monte Olimpo, el más alto de Grecia, donde se supone que moraba la crema y nata de los dioses de la antigüedad, encabezados por Zeus.

Olimpo viene del griego hololampos, constituido por holos, que significa todo o entero, y lampo, traducido como lucir, brillar, resplandecer. O sea que el Olimpo es: todo brillante, todo luminoso.

Del viejo lampó llegaron a nosotros palabras como lámpara, que alumbra; relámpago, que resplandece, y de acuerdo con una vieja tesis, lampiño, porque la falta de pelo hace que la piel luzca.

Volvamos al Olimpo y a la cercana ciudad de Olimpia, cuya enorme vocación religiosa llevó a que el 19 de julio del 776 a.C. se instauraran juegos deportivos en honor a los dioses que vivían en el Olimpo, llamados por esa razón Juegos Olímpicos.

Eso de llamarles Olimpiadas ya fue cosa nuestra. Para los antiguos griegos, una olimpiada era una medida de tiempo equivalente a cuatro años, que además de determinar la realización de los Juegos Olímpicos, se usaba para todo en general, hasta para la edad.

Olimpiada se formó a partir de Olimpia y la terminación ada, que entre otras funciones tiene la de crear una idea de duración, como sucede en palabras como temporada, jornada, tardeada y otoñada.

También llamada tetraeteris griega, la olimpiada como medida de tiempo se usó por casi 11 siglos, y la manera de expresarla era: el año primero (o segundo, o tercero, o cuarto) de la olimpiada tal.

En pocas palabras, los Juegos Olímpicos se hacían en honor de los dioses del Olimpo y se realizaban en Olimpia cada olimpiada.

Cuando nosotros resucitamos esa práctica, hace poco más de un siglo, nos dio por llamarles Olimpiada, e influidos por el plural de Juegos Olímpicos, también les decimos Olimpiadas.

Sea en plural o en singular, es igual de válido, e incluso si lleva o no un acento que la Real Academia Española le ha puesto y quitado infinidad de veces en las ediciones del Diccionario, hasta que se zafó de problemas para dejarlo en «olimpiada u olimpíada». Y todos felices.

Pero eso sí, que quede claro: los juegos no eran para todos los dioses, sino nada más para los olímpicos, es decir, los que vivían en el Olimpo, que eran Zeus y sus más allegados, como Poseidón, Afrodita, Apolo y Atenea.

Si en una expresión queremos abarcar a todos los dioses, entonces debemos referirnos al panteón griego, derivado de pan, todos, y theos, dioses, del mismo modo que panacea es lo que cura todo; panorama, la vista de todo, y pantera, toda fiera.

Bueno, y a todo esto, cuando alguien nos ignora olímpicamente, ¿qué significa? Facilito: el Olimpo es el lugar más alto de Grecia, literal y figuradamente, de ahí que se use esa comparación para referirnos a una actitud altiva o altanera.

Es por eso que olímpicamente suele usarse con verbos que expresan indiferencia y que una de las acepciones de olímpico sea «altanero, soberbio».

Y de superreciente creación tenemos olimpiceno, una molécula que científicos de Inglaterra y Suiza lograron sintetizaron y fotografiar, y que está formada por cinco anillos, por lo que decidieron ponerle ese nombre en honor de los Juegos Olímpicos Londres 2012.

Terminemos con la palabra estadio, derivada de una carrera olímpica de 183 metros que los griegos llamaban stadion, y con gimnasta, derivada de gymnos, y que significa desnudo, ya que los atletas usaban poca ropa con el fin de tener mayor libertad de movimiento.

Fuentes: 1, 2, 5, 6, 10, 11, 18.

 

Hacer la barba

16 Jul

Si eres de los que anda revoloteándole al jefe, sirviéndole cafecito y diciéndole lo bien que luce todo el tiempo, seguro no te escaparás de la crítica de tus compañeros, quienes no tendrán empacho en decirte que ya dejes de hacerle la barba o que no seas tan barbero.

“Hacer la barba” es lo mismo que afeitar o arreglar la barba, y el hecho de que usemos esa frase coloquial para decir que se está adulando o tratando de complacer a alguien por puro interés, se entiende por sí solo con este antiquísimo refrán español: “háceme la barba y hacerte he el copete”.